Con este nombre designa el asturiano las elaboraciones
que endulzan su paladar, porque el pueblo astur no
cabe duda de que es, al menos en los tiempos que corren,
notablemente llambión, goloso. Ahí están,
para probarlo, ese arroz con leche requemao -como
la crema catalana-. tan difícil de superar
por muy extendido que en eL mundo esté. Los
frixuelos son otra de las señas de identidad
repostera de este pueblo, que siempre comió
estas delgadas tortitas de harina, leche y huevo espolvoreadas
de azucar y enrolladas, sin relleno alguno.
Las casadielles, tan de Carnaval como los anteriores,
son empanadillas de masa frita u horneada, rellenas
de nuez molida con anís dulce y azúcar.
Y están también los borrachinos y el
panchón, emparentados, lo mismo que los picatostes
o torreyas (torrijas), con los panes borrachos de
media España.
Hay
marañuelas en los concejos de Gozón
y Carreño, carajitos en Salas y Cornellana,
veneras en Navia y Boal, nenos en Luarca -también
allí bollinos de manteca, galletinas de avellana
o mantecadas típicas-, tocinillos de cielo
en Grao, charlota y tarta gijonesa en la ciudad de
Jovellanos, carbayones y bombones en Oviedo y un etcétera
lo bastante largo como para no poder seguir aquí.
Todo lo cual no viene sino a probar que tenía
parte de razón un ilustre tratadista vasco
cuando escribió: "Los asturianos me desconciertan.
Son unos comilones magníficos, tienen una cocina
espléndida (...), disponen de unos productos
vegetales y animales soberbios y luego resulta que
son aficionados a la dulcería".
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