Y es que sigue habiendo una huerta espléndida
-es cierto que endémicamente muy familiar y
cada vez más desatendida en este medio-con
unos resultados que superan siempre cualquier comparación.
Pero no hay el menor chovinismo en tal postura; es
algo que resulta común a todas las tierras
del Norte que gozan de similar clima y terrenos parecidos,
más ácidos, con menos cales, sin regadío
artificial, y con una climatología más
húmeda y menos soleada que los de las tierras
de secano y que hacen los frutos tardíos y
en consecuencia con posibilidad de un mayor desarrollo
de sus cualidades respectivas. Por fortuna, en los
últimos tiempos parecen surgir iniciativas
que tratan de que este patrimonio agrario se logre
revitalizar en corto plazo.
Patatas, tomates, lechugas, fréjoles, arveyos,
repollos, cebollas, pimientos, coliflores o alcachofas,
entre otras especies, logran brindar sabores difícilmente
superables. Sin olvidar, claro está, a la faba,
auténtica reina de nuestra huerta, alubia blanca
de mantecoso paladar que no debería eclipsar
a otras judías que gozan de menor fama, pero
que no por ello resultan irrelevantes: son las llamadas
amarillas, las de manteca, las de riñón,
las pintas, las verdinas o los chichos (negras), entre
otras.
En el capitulo frutero se lleva la palma la manzana,
es bien sabido, con infinidad de variedades destinadas
a la elaboración de sidra, aunque muchas de
ellas satisfarían perfectamente el paladar
si no fuera porque las superan variedades auténticas
de mesa como la mingán o las reinetas, entre
otras varias, menos extendidas de lo que realmente
se merecen, plenas de sabor.
Claro que están las fresas del concejo de Candamo,
tardías (junio) pero muy superiores en fragancia,
color y sabor a las que llegan forasteras desde la
primavera a nuestras mesas.
Otro tanto podría decirse de los figos (higos)
miguelinos, de las cerezas, de las ablanes (avellanas),
de las castañas o de las nueces. Sin olvidar
que Asturias fue siglos atrás potencia exportadora
de cítricos, por más que hoy día
naranjas y limones tan sólo se encuentren como
testimonio de ello frente a algunas antiguas caserías.
Del bosque autóctono, todavía por fortuna
abundante, rico en castaños y carbayos (robles),
en fayas (hayas), humeros (alisos), o abedules, hay
que destacar por su valor culinario la amplia variedad
de setas silvestres que este espacio emblemático
ofrece a los aficionados, desde la de primavera (también
de San Jorge o perrechico) hasta los diversos boletus,
pasando por champiñones de campo, pardinas,
lepiotas, senderuelas, níscalos, setas de cardo,
colmenillas y hasta el medio centenar que aproximadamente
suponen las especies con interés gastronómico
de entre las muchas que se encuentran cada primavera
y especialmente cada otoño.
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