Por Ramiro Valdés
Uno de los pescados más característicos del Cantábrico
e inevitablemente asociado al verano es el bonito. De entre las múltiples
especies pertenecientes a la familia de los túnidos, el bonito
del norte, también llamado albacora, se distingue por sus largas
aletas pectorales, la coloración del dorso (azulada oscura) los
flancos grises con manchas blanquecinas y el vientre plateado con reflejos
irisados. Su cabeza y hombros son grandes y el cuerpo fusiforme, esbelto
y largo. Su carne clara alcanza cierta palidez en los bordes y se oscurece
en el centro de la rodaja. Los ejemplares más pequeños pesan
alrededor de 3 kg y se les conoce como monos, pudiendo alcanzar los de
más tamaño los 30 o 40 kg.
Es una especie migratoria cuya captura se inicia en el mes de junio a
la altura de las Azores y continúa, siguiendo su tránsito
por la costa cantábrica, hasta el mar del Norte, donde concluye
la costera a primeros de octubre. Desde finales del siglo xviii se documenta
la captura del bonito mediante el uso de caceas (aparejos provistos de
anzuelos que son remolcados por una embarcación en movimiento constante)
desde lanchas de vela y remo tripuladas por 8 o 10 pescadores, pero es
a partir de la segunda mitad del xix cuando esta pesca experimenta un
gran desarrollo, debido principalmente a la expansión de la flota
vasca por todo el Cantábrico con sus chalupas o lanchas boniteras,
provistas de dos largas perchas o varas de eucalipto salientes a ambos
lados de la embarcación. Durante este periodo, en los puertos vascos,
cualquier navegación lejana se denominaba en euskera kandetzera,
en referencia al puerto candasín que era utilizado durante la costera
del bonito como base de operaciones por muchas embarcaciones procedentes
de las costas vascongadas. Esto propiciaría el establecimiento
de una próspera industria conservera que a principios del siglo
xx ocupaba a más de 500 trabajadores principalmente mujeres
repartidos en trece fábricas dedicadas a la elaboración
de conservas, escabeches y salazones.
Además de la citada cacea, también llamada curricán,
otro arte de pesca más reciente utilizado por los pescadores de
nuestras costas es el denominado como cebo vivo o al tanqueo. Su origen
se remonta a los años veinte en las aguas de California, comenzando
a aplicarse hacia los años cuarenta por los pescadores vasco-franceses.
Se comienza capturando mediante una red de cerco bocartes o parrochas
que se introducen en los viveros (actualmente de aluminio). Cuando se
detecta un banco de bonitos, el barco se detiene y pone su costado de
babor al viento. Entonces se comienza a macizar o cebarlos hasta conseguir
que se aproximen al barco. Llegado este punto se procede a la riega o
chiscado de la superficie del mar, para dificultar la visibilidad de los
peces, que se cobran pieza a pieza con cañas provistas de anzuelos,
ayudándose de les gaxartes (ganchos) para las piezas mayores. Una
vez a bordo la pieza, se remata golpeándola en la cabeza con la
macana (palo corto y fuerte) para evitar que colee y se escape ahuyentando
al resto del bando.
En los últimos 20 años algunas flotas de países
comunitarios vienen utilizando para la captura de túnidos las volantas
de deriva, aparejos de red de varios kilómetros que permanecen
varios días en el mar capturando indiscriminadamente cuantas especies
encuentran, incluso aves marinas. Aparte de constituir un atentado ecológico
y competencia desleal hacia los pescadores que utilizan artes tradicionales,
el pescado obtenido por este método es de calidad muy inferior,
ya que la mayoría de los bonitos mueren ahogados y permanecen en
el agua durante horas o días proporcionando una carne menos tersa
y fresca. El marchamo que debe lucir el bonito en el mercado es la garantía
de que adquirimos una pieza pescada por métodos artesanales.
El bonito es un pescado de alto valor gastronómico, muy apreciado
y de larga tradición en nuestras cocinas. Es un pescado azul con
un contenido graso entre el 5 y el 15 por ciento, dependiendo de la época
en que se capture. Sus grasas insaturadas no solo no elevan el nivel de
colesterol en sangre, sino que lo rebajan. Además es un pescado
muy versátil y de alto rendimiento. Sus diversas partes, bien aprovechadas,
se prestan a múltiples preparaciones y se acomodan a todos los
presupuestos. Desde la selecta y jugosa ventrisca, que no requiere para
mantener su natural exquisitez más que un correcto punto de plancha,
hasta las humildes pestañas y cola, que sirven de base para suculentos
guisos de patatas, pasando por el tronco; más magro, pero que debidamente
tratado proporciona exquisitos guisos, encebollados, escabeches y cómo
no; la muy asturiana rulada, de la que junto con la ya mencionada ventrisca
bien podríamos reclamar la patente.
Respecto a los maridajes, dependiendo de la preparación del plato,
el día y nuestro gusto; podemos acompañarlo de un tinto
joven, un cabernet rosado y fresco o un vino blanco con cuerpo. Si estamos
en el ambiente adecuado, unos culinos de sidra entran de miedo, y cuando
el calor aprieta
¿por qué no un cava muy seco y bien
frío?
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